lunes, octubre 17, 2005

Poetaviejo














Foto: Henry Cartier-Bresson-L'Abbe Pierre, 1994

Un pequeño auditorio en el barrio de moda, tiene setenta años y la poesía se había largado junto a sus mejores pantuflas con un ropavejero, claro; por error, al menos había llegado a esa edad como siempre deseó; con dientes suficientes para morder por sí mismo, recurrió a todo expediente imaginable para no asistir al homenaje en su honor, -me da por pellizcarle el culo a las muchachas cuando bebo y bebo todos los días- les dijo, eso era verdad, por ambas partes. Pero la gente de la "vanguardia" no cedió y cuando supo que podría beber todo lo que quisiera, definitivamente aceptó, "estos cabrones hicieron bien su tarea" pensó Poetaviejo, en la fecha pactada para el día del homenaje, comenzó a beber desde su alborada, es decir a media tarde, cuando llegó el personal que organizaba el evento, Poetaviejo se encontraba en calzoncillos y sin camisa, pegado al inodoro tratando de pescar con una pequeña caña las gafas que el mismo había arrojado dentro -y sí, pescar me relaja- les dijo a los ahora desesperados organizadores. Alguien lo vistió y algún héroe sacó las gafas del inodoro. Otro problema se suscitó cuando Poetaviejo, fiel a sus costumbres, pretendió hacer el trayecto al auditorio en su rechinante bicicleta, dio varias vueltas al estacionamiento del descascarado edificio de apartamentos donde vivía, espantando a las palomas y saludando a un indigente que dormitaba en el cascarón de lo que había sido un auto, - ¡eeeh Mosco despierta, esta gente quiere que nos bebamos sus botellas¡- gritaba a su amigo, al fin le dieron alcance y visto que el vetusto amanuense no quiso abordar ninguno de los autos que los organizadores llevaron para el efecto de tranportarlo, acordaron con él que harían el viaje en subterráneo y que les complacería que el Mosco les acompañara. Poetaviejo aceptó la propuesta, mientras describía la danza de las abejas con su bicicleta, mascullando algo de lo maravilloso de estos insectos, por fin descendió del vehículo, se acerco a uno de los hombres que organizaba el evento, un tipo delgado de mirada perdida, saco de pana y una boina negra, bebía café de un termo plateado, Poetaviejo, saco del bolsillo de su pantalón una pequeña botella, se la extendió al tipo delgado que con un esbozo de sonrisa se negó al gesto, el anciano se encogió de hombros y le pidió con la mirada que le pasara el termo, dio un trago de café y sin pasarlo, se descerrajo otro del contenido de la botella, mezcló el contenido de su boca y poco a poco lo tragó, miró al tipo delgado, y refiriéndose a la bicicleta le dijo –¿linda no?- el tipo delgado apenas y se movió en imperfecto ademán de asentimiento, el viejo pensó “odio a esta gente no se sabe si está enferma del estómago o de plano te detesta”, continuando, habló en tono de confidencia, -respecto a la bicicleta, es tan buena como escribir, sólo pones tu trasero y pedaleas, sientes el viento en el rostro, lo cual es toda una experiencia si además te cargas una buena resaca, como con las letras recorres sinuosamente el camino, un camino que en el caso de las letras y de la bicicleta no tiene la menor importancia, sólo esta ahí y es mejor que nada, mantienes el equilibrio, o tratas de hacerlo, en ambas actividades perderlo es muy frecuente, nunca uso casco, me atrofia la sensación del viento, peleas cual Quijote con los autos, ¿por qué a la gente le das un auto y se convierte en asesino potencial?, creo que porque es muy importante tener un auto y la gente está frustrada o muerta, o algo así, en fin chico, sólo pedalea, contempla tu camino, mira a los tipos pidiendo limosna en un crucero de Polanco, dedícales tu recorrido de ese día, no te preocupes, siempre habra algún jodido por el cual correr con furia por las calles, va por ti fulano y pelea con los autos todas las mañanas, si rebasas uno, sonríe con esa sonrisa de diablo y ríete del humo- dicho esto agradeció el trago de café y se sentó en la acera. Escupió una flema morada con puntos de amarillo girasol. El tipo delgado sonreía como un niño, Poetaviejo no lo notó.

Después de algunas llamadas de los organizadores para reajustar el horario, convinieron en partir, abordaron el subterráneo, era sábado y no se encontraba, como según dijo Poetaviejo –infestado por los magos negros sin alma- en el mismo vagón se encontraba un grupo de ciegos, personas en sillas de ruedas y otros que se hablaban con las manos, de entre todos Poetaviejo fijó su mirada en una chica con bastón, los ojos de la chica no existían, los había perdido o había nacido sin ellos, las cuencas vacías y la piel retorcida en los orificios oculares, parecía una calavera con piel encima, por lo demás era según el anciano, bonita, Poetaviejo se levantó bamboleante, nadie se dio cuenta, fue cosa de un segundo, Matusalén sonrío a la calavera con piel encima, que orgullosa, no se digno a devolver la sonrisa, sin mediar nada más le propinó un tremendo pellizco en las nalgas, la chica respingó y gritó de manera extraña, como una urraca, los mudos y los tipos en silla de ruedas, al comprender rápidamente lo que ocurría, se movieron hacia Poetaviejo, furiosos, el vetusto escritor retrocedía, mientras se hurgaba los bolsillos, sintió la botella, eso y una llave era lo único que escondía en el abismo de sus bolsillos, continuaba retrocediendo lo más rápido que podía, extrajo la botella y apuro lo que quedaba, acto seguido, sonrio de medio lado y blandió el envase etílico frente a todos los presentes, -¿quién va primero chavales?- dijo, con los ojos brillantes, sobre su cara de árbol añoso, los mudos y centauros mecánicos dudaron, pero los ciegos no, por fin uno, se adelantó a todos los demás y arremetió con la silla de ruedas hacia Poetaviejo, el cual recibió un potente golpe en la espinilla, sin dejar de atinar con la botella en la cabeza del otro, pero eran demasiados, los mudos golpeaban al viejo, furia silenciosa que cae sobre mis espaldas, furia desconocida y estúpida, en fin, sin saber, furia divina, los de las sillas arremetían una y otra vez, contra su cuerpo, como toros, las olas rompen contra una playa de arena apacible y tersa, rendida a Poseidón tiempo atrás, pero el Dios del mar no lo sabe y sigue golpeando sin necesidad, sin saber, que la playa en su calma aterciopelada le ama, los ciegos, guiados por los demás trataban de encajar sus bastones en la costillas de nuestro venerable poeta, van por ahí repitiendo las palabras de otros, inmolándose gozosos, buscando el paraíso, sin saber, que en ese condominio la casera es una vieja pintarrajeda y chismosa, la gente que acompañaba al pellizcador, trataba de separar y calmar a todos, el viejo disparaba los puños y pies sin ton ni son, con suerte conectaba a un mudo, a un o una de los ciegos o empujaba las sillas de ruedas con violencia, en el caos, se trepó a horcajadas sobre uno en silla rodante y lo arremetió a puñetazos, mientras gritaba

–¡Bastardos, son como todos, ni más ni menos, frustados, infelices y muertos! - de último minuto el Mosco reaccionó y se tendió sobre el viejo para detener en lo posible a la pequeña turba justiciera, el vagón se detuvo y alguno de los pasajeros llamo a los vigilantes del subterráneo, los vigilantes llegaron, Poetaviejo estaba en el suelo, con sangre en la nariz y la camisa, en tanto, un hermoso hematoma carmesí bailaba tango, coqueto, sobre su ojo izquierdo.

La gente con capacidades diferentes sonríe satisfecha.

Los organizadores del homenaje estaban ya fuera de sí, Poetaviejo pasó a otro vagón, ayudado por el tipo delgado de saco de pana, continuaron el viaje. Sentaron al Poeta entre los dos más robustos de cuantos les acompañaban y la paz estuvo con ellos, mientras se movían a velocidades de vértigo por las tripas de la ciudad.

Descendieron del transporte público en la parada convenida y caminaron el trecho que les faltaba, hacia el auditorio. El anciano escribiente le dijo al tipo delgado, -debí venir en bicicleta- A la entrada del lugar todos suspiraron con alivio, todos menos Poetaviejo y el Mosco, que ya necesitaban un trago. Se registraron Poetaviejo anotó sus datos, en la línea de “ocupación” puso: Repartidor de volantes, el Mosco se registro y en la misma línea declaró: Su asistente y firmó con una augusta X al calce del formato.

El auditorio estaba lleno, después de un tonto protocolo el homenaje comenzó, se hizo la presentación oficial, una voz, por microfóno informó, “Con el corazón prendado de gozo presentamos a ustedes una breve semblanza de Poetaviejo y su obra, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, que nos sorprendió con poemas, tales como el sútil y erótico canto, ahora clásico, “Perra en brama”, o sus libros de sonetos postmortemnistas “Lonchería con terciopelo rojo” y “El escorpión que se comió a un pulquero“ bla, bla, bla, bla, bla, o sus dos novelas históricas “Vida y obra de los pies del Jinete sin Cabeza” y “El Ratón Melquíades: Andanzas de un peleador enano con guantes de tul” y que decir de su intimista y edificante biografía; “Confieso que he bebido” entre otros, bla, bla, bla, bla”

Poetaviejo, sentado incomódo en el centro de una mesa adornada con tulipanes, miraba a todos los presentes, reconoció a varios, estaban ahí portentos como; Neftalí Rey Basflato, Jimmy Sobames, Waldo Conhombre, Natalio Reyes Colas y si la memoria no le fallaba ese bigotito era de Marcelo Proustibuolus, escritor griego afincado en Cuernavaca, sí, los reconocía pero jamás en su sano juicio intimo con ellos, Poetaviejo era, continúo cavilando, ¿cómo decirlo?, un lobo estepario, no, eso suena a cliché y mucho frío, no, yo soy, el llanero solitario, no, eso suena a comic y derechos de autor, se recriminó por su falta de íntima honestidad y se dijo, no yo, “era un tipo que lavaba autos y escribía porque no tenía trabajo”. Se sintió invadido de nostalgia por unos segundos, pensó en un perro que se le había muerto en el 94, lo extrañaba, paseó la vista por entre la gente, emperifollada pero que no follaba, alguien lo interrumpió: era su turno para hablar, un tipo de traje miraba despectivo su camisa arrugada y sangrante, con el ojo izquierdo carmesí, le devolvió una mirada retadora, cogió la botella que estaba a su lado y bebió un trago largo, habló -¿Qué esperan que les diga?, a los setenta años ya no se sabe si uno va, viene o lo traen, las rodillas tiemblan sólo de pensar en el siguiente sol del mediodía, honestamente por mí parte, sólo estoy aquí porque deseo ver un cataclismo y reírme de muchas mierdas sin sentido, contemplo todo un día como crece el pasto, mientras las hormigas me tragan el trasero, los chicos se ríen de mí en las calles, porque hablo solo y porque defiendo a las palomas, pido empleo y miran mi pantalón pringoso y me lo niegan con una sonrisa ejecutiva, si “hubiera” querido decir algo se lo habría comentado al tipo que me vende el periódico, pero lo escribí y un escritor no tiene más mierda que decir que lo que escribe. Se preguntaran ¿qué me queda? bueno, un montón de líneas deslustradas, media botella de tinto en el buró y un blues aguardientoso en mi tocacintas y eso me hace inmensamente feliz. Sólo por hoy.- guardo silencio, le extendió la botella al Mosco que estaba, vía un enérgico pedimento de Poetaviejo, entre los ponentes.

Hubo un silencio largo, clavó de nuevo su mirada en el tipo de traje que lo había mirado despectivo, lo retó de nuevo. La gente comenzó a aplaudir, Poetaviejo sabía que las personas cuando no saben que hacer, ríen o aplauden, ese día aplaudían y a rabiar, hubo viejas que lloraban, chicas que histéricas gritaban, hombres que levantaban su copa y la tomaban de un trago, había fotografos que fusilaban al viejo con sus flashes, realmente deseaban matarlo. Poetaviejo quería largarse de ahí, le pidieron rúbricas, las otorgó y junto a su nombre apuntaba, su télefono y una nota que decía: “Se lavan autos a domicilio”, busco al Mosco pero el indigente estaba robándose la comida de las mesas, guardando presuroso cuanto canapé le cabía en los bolsillos, incluso puso uno bajo la gorra mugrosa de béisbol que siempre usaba, de repente el tipo delgado de saco de pana y boina negra lo tomó del brazo, hicieron el camino hacia el baño y sin que nadie lo notara, el mismo tipo condujo al viejo a una puerta trasera, ya fuera de ahí, caminaron, guiados por el tipo flaco, hacia un pequeño y oscuro parque, Poetaviejo se sentó en una banca, el tipo delgado de mirada perdida, miraba ya, perdido una vieja fuente vacía, el anciano gimió –si tan sólo hubieramos sacado una botella-, el tipo delgado, sonrío de nuevo como un niño, Poetaviejo no lo vio, estaba cabizbajo mirando un hoyo en sus zapatos, el de la mirada extraviada, sacó de los bolsillos de su pantalón dos botellas de tinto y un descorchador del saco de pana, Poetaviejo, puso sus ojos en el tipo delgado,

-¡Ja! Hoy conocí a un genio, ¿cómo te llamas?- el tipo delgado contestó, -Poetajoven-, el viejo, entrenado en el arte de descorchar, bebía ya de una de las botellas,

-Buen nombre para un genio que sabe sacar botellas-

-Me gusta lo que escribes-

-Y además culto-contesto el viejo,

-En serio, tengo treinta pero te leía desde los quince-

-No sé que decir, nunca hablo con mis lectores, ¿escribes?-

-Sí, un poco, para variar-

-Pues deja de leer mis estupideces y escribe más-

-Por eso no hablas con tus lectores, viejo de pacotilla-

-Yo no quiero lectores, quiero botellas y una chica que no respingue porque le pellizco el culo-

-Me gustó tu discurso-

-Estaba borracho y me cagaba de miedo, no recuerdo lo que dije-

-Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad-

Poetaviejo enfureció,

-¡Oye chaval!, dijimos que eras un genio y todo tipo con más de tres dedos de inteligencia en el culo, sabe que los borrachos mienten siempre y los niños y sus madres también.

-Es una forma de verlo-

-¿Qué haces aquí?, ¿esperas que te diga como escribir y que leer y después corrijamos tus bodrios, mientras crece una linda amistad entre nosotros y después te enamoras de mí y yo descubro a los setenta que soy gay?, nene, esto no es un reality show, vete a la mierda, además no quiero enamorarme, a esta edad me mataría-

Poetajoven no perdía la paciencia, de tanto leerlo, imaginó que de llegar a encontrarse, la cosa sería así,

-No me decepcionas para nada, viejo chancroso, ¿ni un consejo me vas a dar?, me debes las botellas y haberte sacado de ahí-

Poetaviejo, lo pensó por unos momentos.

-Soy un hijoeputa, pero sé reconocer, eres un genio, sacaste las botellas y me trajiste a este oasís oscuro, no sé, nunca doy consejos, ¿qué te parece, escribe y pelea contra los autos hasta morir?-

-No sé, ¿te ha funcionado?-

Poetaviejo sonrío con su sonrisa de viejo,

-Yo estoy aquí y tú estás allá-

Poetajoven lo miró en silencio, hizo un gesto con la boina a modo de despedida y se alejó, sonriendo como niño.

Poetaviejo no lo vio, extraño de nuevo a su perro...y lo sigue buscando.

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